7 de septiembre de 2006

El pastelito de Liz

La pantalla de su ordenador llevaba un buen rato dormida con esa estúpida pelota de colores chocando contra las virtuales paredes de aquel recuadro negro. El teléfono chillaba incesante ante los hipnotizados ojos de Liz cuando como un enorme diplodocus sacado de una película, el jefe abrió la puerta del despacho, caminó aplastando con fuerza la moqueta y gritó junto a su oído:

_¡¡Despierte señorita!!

Con un pequeño salto en su silla y un grito asustado y contenido, Liz agarró el auricular con su mano derecha y se lo puso en la misma oreja que aún sentía la humedad del asqueroso aliento de aquel hombre. Al otro lado del aparato se cansaron de esperar en ese preciso momento pero Liz, al observar la penetrante mirada de desaprobación de su jefe, inició una conversación absurda cuya única respuesta era “tú tú – tú tú – tú tú”.

_¿El pedido?. Sí, pero ya se lo había comunicado al encargado de su almacén ayer…. Oh!, claro no hay problema, … … aquí mismo tengo el informe y se lo puedo volver a repetir, por supuesto… … Espero que no sea nada grave lo de su compañero… claro, claro… …

Liz miraba de reojo a través de sus alargadas gafas de montura roja acabadas en punta. El imponente hombre y su desagradable cara desaparecieron con los mismos pesados pasos con los que había llegado hasta allí. Liz respiró, colgó el teléfono y movió el ratón para quitar de la pantalla la hipnotizadora bola de colores.

_”Esto me pasa por no desayunar _refunfuñaba entredientes _ya lo decía mi madre; “La comida más importante para rendir bien todo el día”.

Liz siempre llevaba su desayuno al trabajo porque en casa no le daba tiempo mas que a levantarse y arreglarse para salir. Tampoco era una chica demasiado coqueta pero ya le habían llamado la atención un par de veces por el tipo de ropa. La primera a los dos días de conseguir el trabajo. Aquella camisa con motivos de leopardo, ¡era lo más bonito de su armario!, según ella, y a la vez lo más inapropiado para pasar discreta en una oficina gris de columnas rojas.

Aque día Liz había olvidado su desayuno. Se levantó y caminó hacia el hall de la entrada donde había un par de máquinas de esas de sándwiches, bollos y refrescos. No le gustaba nada tener que recurrir a esa comida industrializada pero tenía que comer algo. En realidad lo que le encantaba era ver cómo el producto elegido, tan perfectamente sujeto por aquellos aros negros, se suicidaba ante el precipicio al pulsar el botón 24. Se quedaba mirando a través del cristal como giraban los hierros circulares y casi le parecía escuchar gritar al pastelito mientras caía a cámara lenta:

_¡¡¡NOOOOoooooooo…..!!! _hasta que su voz se apagaba cuando golpeaba el fondo de la máquina. Allí abajo era todo negro y si el pastelito no había muerto por la gran caída al acantilado, moriría de pena en el segundo en que respirara aquella espesa oscuridad. Todos los bollitos y sándwiches eran posibles víctimas ante el dedo inquisidor de Liz… Dudaba eternamente sobre qué número apretar. Cuando por fin había decidido qué quería tomar tenía otro gran dilema pues eran 3 los recuadros que contenían palmeritas. Entonces prefería no mirarles a los ojos y pensar sólo en el número, así no se sentía culpable. ¡El 34!, como su edad. La palmerita cayó al abismo y Liz se quedó mirándola en el fondo de la caja negra…. Ya nunca más volvería a subir. Los hierros negros sólo giran en un sentido y es el que hace caer todo, aunque en ocasiones alguno de los productos se quede aferrado a ellos por una de sus esquinas que son como manos… al final siempre llega un hombre gordo con ganas de comer, da un par de golpes a la máquina y el triste pastelito cae sin remedio… ¿En verdad no existirá otra salida por el otro lado de la máquina? ¿Por qué no tratarán los pastelitos de cambiar su Destino?...

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Genial! A mí también me asaltan siempre esas dudas e impresiones cuando voy a sacar algo de una de esas máquinas. Lo que no se me había ocurrido era pensar que a lo mejor hay una puerta trasera *;P

¿Sabes? Antes de que lo dijeses, ya sabía la clase de gafas que tenía Liz. De hecho, no sé por qué, me imaginé a Isapel *:P Salvo en el gusto a la hora de vestir, claro *;P

ABRAZOS

Negartija dijo...

Je je je... es una mezcla de muchas cosas. Como todo. Pero tu intuición siempre es acertada.

Tal vez se parece también a la mente de Greta... se me acaba de ocurrir ahora...

Negartija dijo...

Yo creo que se lo pregunta cada mañana... Y cada vez que tiene que mirar los piojos siameses de su jefe. Confío en que acabe descubriendo el agujero de detrás de la máquina y escape por él.

No he visto "Desayuno en Plutón", pero me la han recomendado!... Si escapo yo también por ese agujero secreto a lo mejor encuentro un rato para verla. Tendré en cuenta tambien tu recomendación, muchas gracias. Y GRACIAS por seguir visitándome ;-)

Anónimo dijo...

Hola linda, esto sí que es un blog en condiciones,´¡Está genial!
El mio está todavía cogiendo forma, son sólo noticias... todavía no se seguro ni qué ni cómo escribir.
Me corroe la enviiidia, jeje.
Gracias por pasarte, y ten por seguro que me perderé entre tus post.
Saludos.
Itzi.