26 de abril de 2007

La Ausencia

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A veces me pregunto que hará la AUSENCIA en nuestra AUSENCIA...cuando no añoramos... cuando no recordamos todas aquellas cosas que nos faltan...cuando el vacio son tus ojos sin mi mirada.
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10 de abril de 2007

Eres una persona totalmente diferente a nadie que haya conocido antes y eso me gustaba de ti,… porque no era tan fácil llegar a ti, porque había que hacer un esfuerzo si realmente alguien quería conocerte… Descubrirte. El conseguir una sonrisa de tu boca… una palabra menos ruda que parecía incluso algo dulce… era mucho más grandioso verlo en ti que en cualquier otro. Me encantaban las conversaciones que, de vez en cuando, conseguía tener contigo.
Pero siempre me has tratado como a una estúpida…. Y puede que antes eso me retrajera, me hiciera sentir más pequeña, pero no ahora. Seguro que fue entonces cuando empecé a aprender a tener más seguridad. Después de eso… al viajar, vivir en otros lugares... conocer a mucha gente… entiendes que la imagen que proyectas no se recibe siempre del mismo modo, no caes igual a todo el mundo… porque son diferentes personas las que te miran.
Puede que tú no vieras nada interesante en mí, aunque otros encuentren mucho más que eso. Así que tenía que entender que siempre sería una niña estúpida para ti.
Y tú?... siempre he pensado que dentro de ti había alguien más amable… que seguramente dedicarías tu atención a personas más importantes… Qué fascinante poder vivir sabiendo que no le eres agradable a alguien y que te importe un pimiento. A mi me costaba mucho… supongo que mi inseguridad creaba esa necesidad de caer bien a todo el mundo.
Eres el mejor ejemplo para cualquiera, para que se den cuenta de que no importa lo que piensen de ti. Tú eres tú mismo y solo tú vives siempre contigo. Tú eres lo más importante para ti. Eso quería yo para mí también.
Pero… da igual lo que yo diga… cada vez que dices algo… cuando yo pienso una contestación adecuada… (como si no la pienso y digo lo primero que me viene a la cabeza), tu respuesta es siempre algo negativo, y no sé si es porque soy yo… o porque eres tú. Siempre crítico.
En fin…


El tocadiscos

Su escondite favorito se encontraba en el lugar más transitado de la casa. El armario empotrado del pasillo de entrada. Nadie se percataba nunca de lo largo que era aquel habitáculo pegado a la blanca pared, el blanco armario empotrado del pasillo de entrada. El mejor lugar para escapar del mundo real. Ella siempre se escondía allí. Seguramente por las caricias que recibía de los enormes abrigos de pieles de la abuela. Podía recorrer el pasillo de lado a lado dentro del mismo armario mientras sentía los pelillos de los abrigos rozándole el rosado rostro infantil. Se abrazaba al abrigo negro que llegaba hasta el suelo y se quedaba así, quieta, un buen rato. Eran esos domingos lluviosos de otoño los que le hacían descubrir los secretos de la abuela.

La casa estaba dividida en dos partes, la del matrimonio con la niña y la de la abuela. El lado prohibido para la niña era el de la abuela, por supuesto. Estaba lleno de muebles antiguos, cuadros valiosísimos, lámparas de un antiguo palacio,… y un precioso y gigante espejo dorado que ocupaba toda la pared del salón y delante del cuál se pasaba horas con su tutú, dando vueltas como una bailarina de cajita de música. No debía entrar allí sola y era lo primero que hacía cuando, al salir del armario, no veía moros en la costa. La puerta de separación entre los dos lados siempre se cerraba con llave por la noche. Una puerta blanca y con un espejo ahumado en medio pero por el día se quedaba abierta. Lo mejor de ese lado de la casa era el despacho del abuelo. Un despacho de un médico que ya no estaba allí. Había un montón de artilugios extraños los cuales daban mucho de sí para inventar juegos pero sin duda, sin duda, lo más divertido era el mismo cuarto de la abuela. Allí había un tocadiscos tan antiguo que nunca imaginarías por dónde entraban los discos. Tenía en la parte frontal unas teclas color marfil acomodadas a modo de pianola. A la niña le encantaba sentarse allí delante e imaginar que tocaba un magnífico piano de cola delante de todo un auditorio que la aplaudía. Previamente a su concierto imaginario se había acicalado con los blancos polvos de la cara de la abuela y se había puesto colorete en las mejillas. El pintalabios color carmín no conocía los límites de su boca y el azul zafiro con el que maquillaba sus pequeños ojos llegaba prácticamente hasta sus arqueadas cejitas. Después, cuidadosamente, tomaba los broches del escarabajo turquesa y la mariposa y se los colocaba en el centro del pecho. Pero sin duda el momento más mágico era cuando se situaba frente a la cómoda mirándose al espejo de madera tallada y se colocaba, muy seria, como si la estuvieran coronando, la brillante diadema de princesa que guardaba la abuela en el último cajón. Entonces ya estaba preparada para su concierto.
Todos los objetos de la casa de la abuela eran parte de las historias que le contaba cuando se iba a la cama. La abuela había vivido en un antiguo palacio y eso, para la imaginación de nuestra niña, era el mejor escenario para todos sus cuentos. Los viajes a la India de donde traía los más increíbles vestidos de lentejuelas y sedas, las joyas de China, o las máscaras de África… todo era un mundo mágico para ella. Todo objeto era susceptible de tener su propia y historia y cada día, en cada juego, inventaba una diferente.
Aquel día, en el último concierto, murió el tocadiscos. Era increíble que siguiera funcionando después de tantos años… la niña escucho tocar las últimas melodías que decían adiós, pequeña, fue divertido mientras duró. La abuela se enfado muchísimo. Seguramente era algo muy valioso porque se lo estuvo recordando durante años y años… Sin embargo, la niña, no entendía porqué era tanto problema. Se podía seguir jugando con él, ¿no?.